martes, 17 de noviembre de 2009

500 DÍAS CON ELLA




Por Eduardo D. Benítez

El Festival de Sundance es una especie de máquina de sacar a la luz comedias románticas que llevan la huella indeleble del  indie norteamericano. A la vasta producción de su “factoría” le debemos el descubrimiento de algunos hijos fallidos e incluso verdaderos infectos (la sobrevalorada ganadora del Oscar Slumdog Millionaire) pero también  algunas joyas inolvidables  (La joven vida de Juno, Pequeña Miss Sunshine). La película de  Marc Webb, 500 días con ella, engrosa la lista del segundo grupo. Una ópera prima de presupuesto modesto que  recaudó infinitas loas de la crítica internacional y que tuvo la merecida bendición de estar producida por esa rama sensible de la Fox  que es Fox Searchlight Pictures. Un film que supo develar el brillo o por lo menos materializar los destellos humildes de dos actores en alza: Joseph Gordon-Levitt (G.I. Joe) y la bella Zooey Deschanel (El fin de los tiempos). Dos mozuelos que demuestran que juntos son dinamita. Algo lánguidos por momentos, un poco producto de estos tiempos de compromiso light con la vida, pero dinamita al fin. 


 De su línea argumental podríamos resumir lo siguiente: en el quehacer diario de un ambiente laboral, casi sorpresivamente, Tom (Nuestro Joven Protagonista) conoce a Summer (su nueva compañera de trabajo: Damisela Hermosa) y queda rendido a un amor que no promete corresponderlo fácilmente. Porque Damisela Hermosa no cree en el amor, y por ende Joven Protagonista enamorado sufrirá por tiempo indeterminado. Hasta aquí, una historia como muchas. Entonces, ¿dónde radica el atractivo en 500 días con ella? En cierto armado temporal de la narración que ofrece un paseo anárquico por distintas estaciones emocionales de la complicada relación entre Tom y Summer, en cierta manera de hacer de las frustraciones cotidianas un estandarte con el cual dar el grito del tonto enamorado sin temer las consecuencias, en cierto modo de convertir el relato en una balada sentimental con la cual poder regocijarnos en nuestro propio dolor.  La película de Marc Webb está armada hasta los dientes de una melomanía a flor de piel.  Sólo basta comprobarlo en una de las secuencias más deslumbrantes: Tom da una entrega musical brotado de emoción en medio de un parque concurrido por muchísima gente a la que arrastra a bailar con su encanto al ritmo de You Make My Dreams de Hall & Oatesbaila. 500 dias con ella acierta en asignarle a cada momento dramático el condimento exacto de una de esas baladas dulcemente tristes. Allí están presentes las canciones de Regina Spektor o The smiths  para deleitarse de lo lindo.

Reseña publicada originalmente en Revista HC de noviembre 2009