viernes, 16 de julio de 2010

SHLOISHIM: LA HISTORIETA EN PRIMERA PERSONA



Por Eduardo D. Benítez

Dentro del panorama de la “joven historieta argentina” se abre un vasto campo de géneros y estilos. Una de las exploraciones más recurrentes -que puede hallarse también en el cine, o la literatura- puede ser la expansión del diario íntimo, el entramado de relaciones que existe entre la experiencia personal con algunos hechos concretos de la historia en mayúscula. Algo de esto puede verse en el primer libro de Brian Janchez, que -en su primera ojeada- nos parece confesar el esfuerzo que implica hacerle una gambeta al mandato paterno y ser feliz mientras se está saliendo de una cruda adolescencia. Esa sería la consigna de Brian Janchez: un recorrido melancólico al universo de la infancia.



Shloishim es el nombre de una ceremonia  judía relacionada con el proceso de duelo porla pérdida de un ser querido, y el eje por el cual el autor nos cuenta cómo aprendió a tocar el piano, sus comienzos en la creación de historietas, su manera de relacionarse con su familia. Pero sobre todo de su educación cinéfila portátil... tal vez la dimensión más lírica del libro, donde el autor describe esas imágenes que se marcaron a fuego en la memoria, esa especie de aprendizaje del mundo a 24 cuadros por segundo.


Reseña aparecida originalmente en la sección libros de HC Julio 2010

jueves, 15 de julio de 2010

EL ARBOL, EL ALCALDE Y LA MEDIATECA



Por Eduardo D. Benítez

En una entrevista concedida a los Cahiers en 1965 Eric Rohmer -haciendo clara alusión al debate sostenido con Pier Paolo Pasolini acerca de un cine de poesía y un cine de prosa- dice: "yo no creo que el cine moderno sea forzosamente un cine en el que deba sentirse la presencia de la cámara". En este contexto Rohmer siempre profesó una suerte de militancia por un cine en el cual la estructura del relato clásico fuera el relevo indispensable para el registro de un real que se despliega en su temporalidad como dimensión estética fundamental. Es decir, hacer una entrada al bazinismo sin salir de cierta matriz clasicista.

Filmada como una experiencia semidocumental, compuesta por diálogos casi íntegramente improvisados, esta obra rodada en 1993 registra los vaivenes y elucubraciones políticas en un ámbito micro: la cotidianeidad  del alcalde de un pueblo de la campiña francesa que tiene como proyecto construir un gran centro deportivo y cultural. Habría que decir que si hay un autor que paga las deudas de la teoría con su praxis cinematográfica, ese es Eric Rohmer; y El árbol, el alcalde y la mediateca parece hecha para confirmarlo. Sin llegar al extremo de “montajes prohibidos”, allí está la secuencia de casi diez minutos donde el héroe del pueblo mantiene una larga reflexión acerca de la izquierda francesa en la redacción del diario que apoya su campaña. Un nuevo eslabón de su filmografía como gran etnólogo de la burguesía francesa. 

Reseña publicada originalmente en Revista Godard! (Perú))

miércoles, 14 de julio de 2010

REINETTE Y MARIBELLE


Por Eduardo D. Benítez

Luego de crear esa maravilla llamada El rayo verde en 1986, el ex redactor de cahiers du cinema no se detuvo un instante a descansar e  hizo Reinette y Mirabelle, una sensacional comedia dramática que reactualiza algunas constantes temáticas de su autor. El relato tensado por dos (a veces más) personajes de caracteres psicosociales opuestos es un rasgo constante en el cine de Rohmer. El caso de Reinette y Mirabelle es uno de los más bellos ejemplos de lo que se acaba de enunciar.

Las dos jóvenes que dan título al film provienen de universos casi antitéticos: la primera hace honores a la sencillez de la vida de campo y al entusiasmo por las cosas mínimas; la segunda al bagaje neurótico que implica la dinámica de la vida urbana. Sin embargo la historia no se reduce a la mera exposición de esquematismos puros, sino que a través de una bella tarea de puesta en escena rohmeriana logra armonizar las polarizaciones de sus dos personajes y hace devenir su relación en una amistad desinteresada e intensa. Pero ¿dónde radica la potencia rohmeriana que le da vitalidad a este film? En hacer de las conversaciones improvisadas de sus personajes un enmarañado camino de autodescubrimientos que impacta de lleno en el espectador, en convertir un simple plano secuencia en el lugar donde se tejen las reflexiones sobre lo rural y lo urbano, la ética y el escepticismo.

martes, 13 de julio de 2010

LOS ENCUENTROS DE PARÍS


Por Eduardo D. Benítez

Muchos autores de la generación nouvelle vague podrían dar seminarios enteros acerca del tema de los encuentros y desencuentros amorosos en la ciudad luz: Godard y Truffaut son algunos de ellos. Pero Rohmer no se queda atrás y se calza una cámara al hombro para sacar a pasear a sus personajes por los barrios parisinos, a la búsqueda de ese aire novelesco que parece encontrarse sólo en las calles de Montmartre. Muy cercana a su serie de Comedias y Proverbios, Los encuentros de París presenta tres relatos donde el azar cifra cada uno de los encuentros sentimentales y el amor es un objeto sometido menos a los placeres de la carne, que a los de una discusión moral. Como una constante marca de autor, las relaciones de sus personajes se ven profundamente trazadas por una impronta lingüística, expresando con sus palabras –sin embargo- exactamente lo contrario a lo que sienten, haciendo gala de una suerte de estética de la palabra histérica. Lo importante Rohmer es hacernos verosímil el recorrido de una narración y no la verdad de esa narración. Esther disertará con su interlocutor sobre la infidelidad,  la pareja del tercer relato explicará su pasión por una obra de Picasso y la economía libidinal que la pantalla devuelve al espectador será negociada por cada ida y vuelta en los parlamentos, por cada plano y contraplano. La tensión estará allí: en la porosidad que esos diálogos generen, en el errabundeo displicente al  que deciden librarse estos neorrománticos incurables. 

Reseña publicada originalmente en Revista Godard!.