miércoles, 22 de junio de 2011

MUSEO DEL TRAJE

La moda como guión de la historia social. 



Por Eduardo D. Benitez

La vestimenta conforma un conjunto de microrrelatos que exceden a la simplificada concepción de la moda como hecho circunstancial y efímero. Es parte tanto de la historia socioeconómica del mundo como de los avatares emocionales de la vida privada. Desde la combinación de colores y prendas que elegimos en nuestra vida cotidiana, hasta el uso corriente de ciertos tejidos que evidencian transacciones del comercio internacional; la historia del vestido describe también la tradición de cada cultura en un nivel que es -a su vez- individual y colectivo. Muchas de estas historias son exhibidas y narradas en el barrio de San Telmo: en el Museo Nacional de la Historia del Traje, que se encuentra en la calle Chile 832. Con más de 9.000 piezas que en su mayoría provienen de donaciones de particulares, el Museo se encuentra en lo que -antiguamente- fuera un gran caserón propio de los años colonos. Con un patio central y varias habitaciones acondicionadas especialmente para desarrollar cada "guión", pues así denominan -quienes están a cargo de la programación- a la idea que intenta expresar cada muestra. “El guión puede estar organizado alrededor de un eje temático como cronológico”, nos cuenta Bárbara Brizzi, coordinadora general de la institución.  Más allá de la evocación cinematográfica, la palabra recuerda al universo de lo ficcional. Completa la idea Bárbara, “la cantidad de prendas con las que contamos hace que se pueda jugar de muchas formas. Con las mismas piezas se pueden decir cosas muy diferentes”. Es por eso que una misma vestimenta puede ser utilizada tanto en un guión como “Los cambios en la silueta entre mitad del Siglo XIX y principios del S.XX” que focaliza en las transformaciones en el uso social del vestido; como en la exposición “La ruta de la seda” donde no es tan importante la silueta; sino más bien el material constitutivo de las prendas.  

 Con una carrera de casi 30 años en la misma institución, Bárbara tiene muy claro el objetivo y la visión la moda  que tiene que proponer el Museo a sus visitantes. “Lo que siempre queremos destacar es que la moda no es una frivolidad. No es algo que surge porque sí; sino que va acompañando cambios sociales, políticos y económicos. Por ejemplo, el corset de los años previos a la Primera Guerra Mundial quedó en desuso cuando la mujer tuvo que ponerse a manejar ambulancias y atender enfermos. Tuvieron que hacer cosas que no estaban previstas en su vida diaria y la ropa se adaptó y acompañó esas actividades.” 

Entre las muestras permanentes, el espacio dedicado a la indumentaria para niños rankea alto en su poder convocante. La sala estaba destinada -en un principio- para el funcionamiento de muestras temporarias, pero con el tiempo eso fue cambiando. “El museo recibe muchas visitas escolares y a través de esas visitas nos dimos cuenta de la aceptación que tenía esta sala”, comenta Bárbara, y agrega: “a los chicos les llama mucho la atención ver la ropa de sus coetáneos. No pueden creer que detalles como el encaje, el corbatín eran parte de la ropa de uso cotidiano. Sobre todo les parece muy raro que fuera tan poco práctica y tan complicada la vestimenta de hace algunas décadas.” La sala dedicada a la ropa deportiva predispone al anecdotario. Allí se exhibe la camiseta que utilizó el jugador de fútbol Moore, uno de los goleadores del primer equipo que se fundó  en el país –Alumni-  formado por alumnos de un colegio inglés del barrio de Belgrano a comienzos del siglo pasado. Llama la atención también el short y los guantes originales de quien fuera medallista olímpico de box en la Olimpiadas de 1936: Oscar Casanovas.

 Los lunes el museo permanece cerrado. Es el día de la limpieza general. “Se aspiran todas las prendes con una máquina especial que hace un trabajo muy suave. Los lunes hacemos que circule el aire, asique ese día el museo se airea.” 

Vale destacar que –dentro de su amplio abanico de actividades- el museo ofrece cursos teóricos y talleres para todo el público donde las estrellas son Confección de zapatos y Arte y Moda. 

Nota publicada originalmente en Revista Telma 

miércoles, 15 de junio de 2011

ADJETIVOS, COMO BALAS



Ganadora del Premio del Jurado en la sección  “Un certain regard” del festival de Cannes 2009 y de dos premiaciones en la doceava edición del BAFICI, Police, adjective reafirma las marcas estilísticas de un verdadero autor del cine contemporáneo: Corneliu Porumboiu.

Por Eduardo D. Benítez 

“No hay hechos, sólo interpretaciones” dijo un filósofo alemán de cuestionada mordacidad. Sobre los cimientos de esa discusión hermenéutica parece desplegarse una de las escenas cinematográficas más hilarantes del año. Estamos hablando del burlesco que efectúan los protagonistas de Police, adjective cuando discuten sobre las razones éticas que impiden a uno de ellos, el policía Cristi, a encarcelar a un adolescente por convidar marihuana a sus dos amigos. Cristi está convencido de que la ley que pena tamañas nimiedades cambiará en poco tiempo y la situación se presenta tan compleja que El Jefe (el comisario: el gran comediante del film) exhorta a su “subordinado” a consultar en el diccionario las palabras “conciencia”, “ley”, “moral”, “policía” como último recurso pedagógico. En esa batalla semántica la visión del comisario termina eclipsando a la del policía que finalmente - ilustración del mataburro mediante- prosigue con “su caso”. La secuencia entera dura casi veinte minutos en plano fijo. Es una escena de austero humorismo y soberbias actuaciones. Pero a nivel argumental significa el fin del circuito de debate interpretativo y el predominio de un aparato represivo todavía automatizado. La acción transcurre en una pequeña ciudad de Rumania marcada por el monotemático tono gris de las calles, los edificios, e incluso las vestimentas de sus propios pobladores. Esa imagen de urbanidad austera y seriada de los estados post-soviéticos, conocida gracias al trabajo de muchos cineastas de la Europa Oriental como Emir Kusturica o Krzysztof Kieślowski, hoy vuelve reactualizada a través de Police, adjective.


 Hay que señalar –además- que no son muchos los directores que hoy en día se animan a hilar fino en temas coyunturales desde un humor de imperiosa elegancia como lo hace Corneliu Porumboiu. Mucho menos con el rigor estético que este joven director rumano sostiene en sus films. Ya hace unos años nos llegaban los ecos risibles de la extraordinaria Bucarest 12:08 (2006) donde tres señores de barrio discutían en un programa de televisión local sobre la caída de Ceaucescu (en realidad, acerca del carácter revolucionario o no de ese acontecimiento). Pero en Police Adjective se redobla la apuesta en su manera de resemantizar el sketch televisivo a través de un absurdo político que se despliega en largos e intensos planos fijos en el despacho de un jefe policial. Paralelismo pertinente: Porumboiu encuentra el pico de intensidad de sus films a través de esta fórmula de encierro en interiores. Es en ese espacio donde sus personajes negocian al respecto de la significación de las palabras, la lectura de los hechos históricos. Es decir; es allí donde hacen política

  Pero, ¿cuál es la dimensión política tan digna de elogiar en Police, Adjective? La de encender la mecha de una agenda temática con la mayor distancia reflexiva que provee una óptica humorística. Police Adjective escenifica -a través de un posible choque de generaciones- la manera en que continúa operando un velado (pero arraigado) aparato represivo sobre el cuerpo de una sociedad que transita el enmarañado camino hacia las legitimaciones de prácticas sociales que le son nuevas. Habrá que comenzar por contradecir al diccionario.

viernes, 10 de junio de 2011

EL CINE DE SOFIA COPPOLA




De actriz de reparto en El Padrino a directora abanderada  de la nueva camada de jóvenes directores norteamericanos. Un recorrido por la filmografía de Sofía Coppola.


Por Eduardo D. Benítez

 Sofia Coppola puede ser considerada como la princesa joven del cine indie norteamericano. Si, está bien: es evidente que –por nombrar otra figura femenina- Kelly Reichardt jamás contó con las posibilidades de financiación que sí tuvo la hija de Francis Ford. Pero eso no hace menos estimable la convivencia generacional, temática e ideológica de muchos directores surgidos allá a finales de los años noventa (Spike Jonze y compañía). Además ¿Por qué no aprovechar las dádivas que pudieran salir de esa cantera paternal llamada American Zoetrope? Si después de  realizar Drácula -su última gran película- papá se fue en viaje de negocios con indefinida fecha de regreso a las costas del buen cine (¿la aporteñada Tetro es nuestra última esperanza, F.F.?), qué mejor que  descontrolar la casa y hacer de esa herencia cinematográfica la plataforma de despegue para afirmar una mirada personal que conjuga decadentismo glam con exhaustivos comentarios sobre el desamparo de la comedia humana. 

 Nacida de la gema neoyorkina, después de realizar un corto titulado Lick the Star (1998) donde ya prologaba sus preocupaciones temáticas, la realizadora daría un puntapié inicial contundente con su primer largometraje. Las vírgenes suicidas (1999) fue prohibida para menores de 18 años en su momento de estreno evidenciando que para la sociedad americana el tema del suicido representa tabúes inquebrantables. Tal vez sea su film más trágico, envolvente, hipnótico. Basado en el libro homónimo escrito por Jeffrey Eugenides, que había recibido reproches por sostener una visión misógina, la joven directora explora aquí el universo femenino en su estadío teenager con gran elegancia, describiendo zonas de armonía envenenada en los suburbios neoyorkinos. Nos encontramos a mediados de los setenta: una voz off y un gigantesco flashback delinean el primer enamoramiento de un grupo de chicos y chicas en una edad donde la inocencia se halla en retirada y las ganas de seguir ahí, viviendo el sueño mágico de la pre adolescencia, parece envolverlo todo. De un lado cinco hermanas encabezadas por Lux  (Kristen Dunst) hacen lo que pueden para sortear la mano autoritaria de sus padres, agravada la situación cuando una de ellas – Cecilia- opte por el suicidio con sus escasos doce años. Del otro lado de las paredes represivas donde las hermanas se aburren a diario, el vouyerismo púber de los vecinos mocosientos, la práctica masturbatoria sostenida en la retina, casi pulcra, respetuosa. Los chicos convierten en relato la desdicha de las hermanas Lisbon, haciendo hincapié en la fuerte fascinación que produce esa mezcla de belleza en estado puro y lo siniestro de su entramado familiar.

 El malestar -ya no adolescente- y el aburrimiento serían motivo filmable de su posterior película. Perdidos en Tokio (2003) comienza con la imagen del culo de Scarlett Johansson en pose renacentista. Es un inicio luminoso porque anticipa –la abulia en su gesto reclinado, en el color pastel de la ropa interior- la deriva lánguida que experimentarán los protagonistas en la gran urbe nipona. Perdidos en Tokio es el cruce azaroso de dos personas en su visita por Japón. Ella -la joven y hermosa Charlotte- está allí para acompañar a su novio fotógrafo (casi una estrella pop insoportable). Él es un conocido actor norteamericano (un Bill Murray impecable) que viaja hasta allí para participar en una publicidad de whisky. La película gana espesor cuando elige contar con tiempos muertos y al ritmo lumínico del neón, el errabundeo de los personajes en el país del sol naciente. Visitar santuarios, darse cita en un puterío, hacer karaoke en una noche de borrachera: todo eso conformará la gesta sentimental de la pareja protagónica. Sin embargo, el film pierde algo de esa intensidad cuando la descripción de esas dos personas que pasean su amargura en su breve diáspora parece resumirse en comentarios subrayados a golpe de chiste fácil, de broma banal sobre un país cuya lengua y costumbres desconocen por completo, cuando hacen de su encuentro fortuito la burbuja con que separarse del mundo que los circunda. Al retratar cierto choque cultural como accesorio de una sorna insustancial, el cine pierde. De todos modos, no todo es reprochable en el segundo trabajo de Sofía. En una de las escenas -que probablemente se encuentre entre las mejores figuraciones de la soledad y el desarraigo que dio la historia del cine- los personajes tomados en plano cenital descansan en la misma habitación, la misma cama. Scarlett dice que su vida está estancada y pregunta a Murray si aquello en un futuro mejorará. Y él contesta que no. Al ver el gesto desilusionado de ella, enseguida se contradice: sí, dice. Luego sonríen. Quedan en silencio. Apenas se rozan. Es la situación de mayor intensidad física entre ambos y sin embargo la sensación es de un profundo desamparo. Capacidad minuciosa que tiene el cine de Sofia Coppola para describir esas escenas cruciales de nuestra vida que en su nimiedad se nos escapan, y que sin el poder de registro del cine consideraríamos anodinas.

 Su tercer film María Antonieta (2006) es un trabajo demasiado atmosférico como para consagrarse ante aquellos que buscan un costumbrismo en el más mínimo detalle. Y allí radica tal vez el desafío de la directora, que le escapa a la ortodoxia del biopic y nos regala el film más osado de su carrera. Si hay algo que elogiar de María Antonieta es la no espectacularización de la figura retratada. Se podría haber optado–por ejemplo- por acompañamientos sonoros de violines y fanfarrias. Si algo desea este film es hacerle una sofisticada gambeta al protocolo de género, de allí los tiempos reposados con que se trabajan los planos, el rock estridente amenizando el acartonado corset de época. Al igual que el film en su conjunto, la joven reina se rehúsa a ceñirse a los procedimientos Reales de las buenas costumbres. La María Antonieta que imaginó Coppola es una especie de rebelde marca rococó que hipnotiza con sus fugas adúlteras y sus borracheras de champagne: no asistimos más que a un recorrido por la historia del Gran Ocio. Un personaje con potencial punk, contestataria en voz baja ante las represiones de su tiempo. Hasta aquí Sofía Coppola despliega –como en un caleidoscopio- tres intensas miradas sobre el universo femenino. Habrá que hacer el viaje hasta Somewhere para saber cómo mira a los hombres caer.




Artículo publicado originalmente en Revista Haciendo Cine