viernes, 18 de mayo de 2012

ESTADOS ALTERADOS

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Por Eduardo D. Benítez
 I
Como muchas de sus criaturas, la filmografía de David Cronenberg ostenta su condición de latente crisálida; nunca sabemos qué poética, tono o despliegue genérico nacerá en sus futuros proyectos. Si el realizador ha sabido dar los saltos mutantes que van de sus terroríficas viscosidades  de bajo presupuesto (Escalofríos, Rabia, Scanners) hasta sus particulares adaptaciones literarias (El almuerzo desnudo, Crash, M. Butterfly), es gracias a una infatigable versatilidad y una necesidad de hacer cine siempre de otra forma. ¿En qué consiste esa otra forma? Está claro que Cronenberg se mueve dentro de los géneros, del cine independiente como también del más industrial, en tanto no se negocie un ápice de libertad creativa. Algunos de sus espectadores codiciarán un retorno al gore y el clase B, otro puñado extrañará las epopeyas científicas financiadas en Hollywood, otro tanto anhelará continuar la senda del melodrama encriptado en su cápsula gángster. Pero el camino creativo y los proyectos que incorpora el canadiense a su curriculum fílmico son impredecibles. El ejemplo culminante puede ser ese modal, austero film de época que se remonta a la tensa relación que mantuvieron Carl Jung y Sigmund Freud a principios del Siglo XX (Un método peligroso. 2011).
Como cronista del mundo circundante y algo visionario (el poder persuasivo de la TV en Videodrome) tal vez resulte inesperada esa mirada hacia el pasado de los entretelones de una psicología ulterior. Pero no sorprende que en la retrospectiva de esos “hechos reales” entre Freud y Jung se vuelva a insistir con un objeto de deseo ahistórico y demasiado cronenbergiano: los recovecos de la mente humana. Para qué exhortar la imaginación con guiones sobre cuestiones paranormales (Scanners) ó realidades virtuales (eXistenZ ); si la historia material ó el propio presente se ocupan de proveer el material más sugestivo.
La pregunta estratégica podría ser: ¿qué hacer cuando este mundo remozado por las nuevas tecnologías, que borronea el límite entre realidad y representación, diseñada por un grupo de cybercreativos; ya ha sido examinado en un thriller sci-fi como eXistenZ hace más de diez años? ¿Será redundante aclarar que esa trama de delirio fantástico craneada por Cronenberg en 1999 hoy puede leerse en clave realista en The Social Network (2010) sin que se trastabillen ni un fragmento las coordenadas de nuestro mundo? La imaginación del presente de David Fincher y Christopher Nolan (la analogía entre Inception y eXistenZ es más que clara), ya fue soñada y plasmada por Cronenberg en un pasado que ya tiene más de veinte años. 
 Aquella película subvalorada, eXistenZ, resultó el tropezón con un escenario mundial que se ajustaba a la ciencia ficción más de lo que se creía. Había que reemplazar las alegorías políticas por una literalidad matizada. No sólo porque la ficción una vez más se vería superada por la realidad, si no porque también algunos paradigmas filosóficos que nutrieron su obra resultaron estériles para un cine que siempre se propuso registrar una visión inédita del mundo. Filmar hoy bajo la idea de que los medios son extensiones del hombre sería un exceso; y finalmente, la idea del diseño de un video juego masivo o la consolidación de poéticas publicitarias no condujeron necesariamente a un estado totalitario, ni hicieron carne la metáfora del hombre unidimensional.
II
Entonces, de un tiempo a esta parte, el realizador dejaría fuera de sus films su mirada crítica sobre las manipulaciones biológicas, el mal uso de la ciencia, o el falso progreso advertido en las nuevas tecnologías. La violencia, el problema de la identidad, la ambigüedad moral son los ejes centrales de sus últimos films. Todo ello está presente en su película más acabada (Una historia violenta) y en uno de los personajes más intrigantes que ha sabido dar: el Joey/Tom de Viggo Mortensen. Con esa especie de neo western (también en el retrato de la mafia en Promesas del Este) Cronenberg recaló en un esquema más clasicista que dio lugar a un registro más realista que el tono quirúrgico e hiperrealista de films como Crash o Pacto de amor, y al trabajo de un estilo más depurado y menos directo. La exacerbación de la violencia o las escenas de alto voltaje sexual, en sus primeros trabajos, estaban más bien al servicio de una matriz genérica, al servicio de una concepción del relato en general. Si en Una historia violenta o Promesas del Este se explicita la violencia con la abstracción de unos rostros maltratados y desfigurados en primer plano ó vemos alguna escena donde el erotismo limita con la animalidad (antológicas escenas entre Maria Bello y Viggo Mortensen) funciona más para bien acercar la intimidad (y ambigüedad) de personajes cuyo proceder nos resulta sorpresivo y que develan capas de sí mismos que deseamos comprender. 
 “Cronenberg no nos muestra un exceso de violencia para apreciar su ridiculez esencial (Caracortada de De Palma), o restregando en nuestras narices su espectáculo como una prueba de cuán insensible nos hemos vuelto (Funny Games). Todas estas me parecen a mí estrategias erróneas o poco efectivas. (…) En lugar de eso, nos está diciendo (Cronenberg), de manera muy razonable, que la violencia es una respuesta demasiado humana y que debiéramos entenderla como tal en lugar de perder nuestro tiempo condenándola o negando sus satisfacciones.”, dice Kent Jones en un bello texto dedicado a Una historia violenta. Y en efecto esa violencia –que siempre está ligada a la sexualidad- es el catalizador por el cual comprender la composición la de personajes a todas luces más contradictorios y opacos. 
III
En cine se acostumbra a definir una imagen según un coeficiente de verdad: ¿la imagen es verdadera o no?, ¿se trata de una imagen justa o no? Cronenberg nos invita a plantear el problema de modo diferente: ¿se trata de una imagen sana o una imagen viral? ¿Ha sido infectada por un virus en el sentido en que se emplea esa palabra en informática? En efecto, en la mayoría de los films de Cronenberg hay un programa humano, aparentemente sano, que un virus va a trastornar, y aun a destruir desde el interior (…) del mismo modo en que un virus biológico utiliza el código genético de su “anfitrión”” dice Serge Grunberg en un artículo publicado en los Cahier du Cinema y reproducido en la Revista KM 111. El imprescindible texto, firmado en 1992, no podía predecir que Cronenberg de cara al nuevo milenio naturalizaría la idea de una humanidad no demasiado sana, ni que el desafío siguiente sería encontrar la manera de filmar el diálogo que permita convivir con ese mundo en constante desarreglo. 

Si algo asumió David Cronenberg es que puede haber trastornos, desdoblamientos de la personalidad, distorsión perceptiva, pero nada es consignado como si se asistiera al advenimiento de un Mal conspirativo y superior que atenta contra almas indefensas, injustas o malogradas. No hay una exterioridad aleccionadora, ni tampoco un futuro a redimir. El conflicto existente y posible es lo dado, la alienación cotidiana asimilada como signo de vida. En pleno presente, los conflictos de los personajes de Spider, Una historia violenta, Promesas del Este y Un método peligroso se dirimen en la arena de lo próximo y lo concreto. El repliegue parece sintomático: se elige eludir la representación de fantasías sociales globalizadas (un virus mortífero, el universo controlado por la pantalla catódica) y se concentra la atención en conflictos más detallados como la inestabilidad mental de un hombre sólo (Spider), el problema de identidad que aqueja a un mafioso converso (Una historia violenta), o el film de época que rebrota la interna de un paradigma científico (Un método peligroso). El cambio de época parece ser una cuestión de graduación. Habrá que pensar en una nueva imaginería, ya no la imagen viral sino la imagen de la aceptación del fracaso (y la dignidad de reactualizarlo en cada plano) en escala micro. 
Nota publicada originalmente en Revista Haciendo Cine

martes, 15 de mayo de 2012

ENTREVISTA CON MARCOS LOPEZ




Por Eduardo D. Benítez

"A mí me gusta acá. Fotografiar lo que está cerca. Pintar mi aldea y ser universal. Me gusta la obviedad. Las frases hechas: mi barrio es mi mundo", dice Marcos Lopez y parece regalarnos una iluminada síntesis de su vida y su obra. Hay que decir que ese "acá" hace honores a los barrios del sur con su ecléctico anclaje en San Telmo y sobre todo Constitución: tal vez el escenario más propicio para desplegar su retórica excedida de colores vivos, texturas que le arrebatan al cartón, al plástico, la comida "chatarra" o manufacturada, una cuota lírica indispensable. Un barroco de trinchera sudaca que hubiera enorgullecido a nuestro poeta Nestor Perlongher. "Constitución es el epicentro de la gran América: mestiza, cobriza, negra, altiplana, gringa, aymara, quechua, cumbianchera, transexual, peronista, sanmartianiana, boliviana y bolivariana”, continúa el fotógrafo argentino y confiesa que siempre intenta transitar por ese barrio sea cual fuere el destino de su viaje: “me invento el camino para tener que pasar por Constitución. Me energiza, me nutre.”


 -¿Y San Telmo? ¿Por qué decidiste vivir en este barrio?

- Mirá…yo soy de Santa Fe y vine a vivir a Buenos Aires en el año 82. Fue al comenzar la democracia, y era una época interesante por cierto sentimiento de libertad artística que se vivía después de Malvinas. En ese contexto conocí el Estudio Giesso en San Telmo, donde había muestras de pintura y conocí también a una persona importante como influencia artística que es Liliana Maresca. Ella vivía en Tacuarí y Chacabuco, y yo iba mucho a esa casa porque se hacían encuentros con artistas. Además íbamos al Restaurante Lezama, un lugar donde a mí siempre me gustó comer.
-¿Cuánto tiempo hace que vivís en el barrio?
-Diez años, cuando me compré una casa en la calle Finochietto. Me gusta mucho vivir acá: el clima de barrio, el hecho de que no pasan muchos autos, el empedrado. Lo único malo, es que me parece un poco sucio San Telmo…
-¿Considerás que San Telmo es un motor o un espacio “ideal” para desarrollar tu práctica artística?
-Si, al tener una casa grande,  antigua y con techos altos, puedo hacer mis fotos acá. Muchas de mis producciones fotográficas las hice acá creando, además, decorados y escenografías. Yo había dejado de hacer fotos en la calle y hace un tiempo me dio ganas de volver a hacer fotos documentales en Parque Lezama…
 Los muchachos comen un asado titánico sobre unos tablones dispuestos sobre caballete, reeeditando una “última cena” da vinciana macerada en estas pampas; otro grupete de amigos combaten el sofocón de una buenos aires veraniega al ritmo de una pileta pelopincho y aperitivos de todo gusto en una terraza xeneize; en otro contexto una especie de Fidel Castro salido de un pelotero juguetea en una selva de plástico. A esta altura de su carrera, los términos pop latino o el sub-realismo criollo desprendidos como un virus retórico de la obra de Marcos López ya están naturalizados entre el mundillo cultural argento. Invitados por ese universo iconográfico podemos admitir sin vueltas que hay pop latino cada vez  pedimos 1,25 al ocasional chofer, que existe sub-realismo criollo en cada rapto ceremonial de vermout y embutidos, en cada oferta de ropa interior a 3x10 pesos que nos toma de sorpresa en cada viaje en subte.
Sin embargo el propio autor prefiere darle a sus fotos una apreciación más contundente y trascendental, un giro autorreflexivo inspirado en una dinámica menos porteña y más latinoamericana: mi estética es barroca y churrigueresca. Pintura colonial cuzqueña mezclada con la vibración fosforescente de los murales  psicodélicos que decoran las paredes en los cabarets de Iquitos. Luz Negra, Amazonas, sangre, ayahuasca, sudor y lágrimas”, dice y reafirma su mirada estética al fragor de una genealogía, histórica e individual a la vez- contada oblicua y disruptivamente: nuestros abuelos italianos y españoles no tuvieron tiempo de abrazarnos y contarnos cuentos a la hora de dormir, porque estaban ocupados construyendo el país. Desde ese lugar cuento la historia de un país y de un continente, situando el punto de vista en mis propias experiencias emocionales. El olor de la maestra de primer grado lo convierto en una crónica sociopolítica de América Latina. Reinvento la historia como me da la gana. Documento la realidad haciendo una puesta en escena.” 
Entonces, este fotógrafo retratista de una argentinidad sureña y herética, este gran cosechador de premios, este docente heterodoxo del buen uso de la ironía y vecino ejemplar, planta una bandera que lo aleja del simple casillero del kitsch al que la crítica lo tiene confinado hace años y agudiza el comentario sobre sus propias creaciones proponiendo relaciones impensadas: “como hacía Glauber Rocha en el sertão del nordeste brasileño, me adueño de la pampa húmeda y la convierto en escenario. Pongo a los actores a representar mi propia angustia, mi propia melancolía, dándoles forma en la textura y el color de la periferia.”  Y cierra, casi en forma de manifiesto, con una frase que exhorta y apunta una suerte de condimento primario de su estética personal: “hay que reciclar influencias desde el Sur. Ser el Sur. Dejar que aflore el mestizaje. Que el resentimiento se transforme en un hecho poético.
Entrevista publicada originalmente en Revista Telma.

lunes, 14 de mayo de 2012

STALKER DE ANDREI TARKOVSKY

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Por Eduardo D. Benitez
 “Este es el lugar más silencioso del mundo.” La frase se deja escuchar promediando Stalker. Si hay algo perturbador, que amenaza con inquietar nuestra situación de espectador, en este titánico film de Andrei Tarkovski es ese silencio que se propaga como una potencia mística; o como su reverso más temible: la voz susurrante de la naturaleza que nutre La Zona. Por eso, para penetrar en ella hay que ser inmensamente sigiloso, como un gato en el tejado eludiendo silencios, ecos, rumores de maleza balanceada por el viento. Ese es el gran desafío de los tres hombres que se aventuran –un Profesor, un Escritor y el Stalker: guía y conocedor de este inhóspito paraje- al tratar de ingresar en esta región cercada por alambres y custodiada por el aparato represivo del Estado: la de encontrarse nada más que con un metafísico mutismo. 
 En Stalker, la ciencia ficción se encuentra despojada de sus más elementales atributos, es un género arrasado que sirve simplemente para oficiar como soporte de una vacuidad acechante. La dimensión más descarnada de la exploración del sci fi que hace el director ruso, es aquella que genera un indescifrable extrañamiento cuando se nos revela ese otro mundo misterioso llamado La Zona con la apariencia del mundo que nos circunda cotidianamente. No hay mundos paralelos, ni epopeyas intergalácticas ni alienígenas en Stalker. Sólo  encontramos allí las coordenadas saqueadas de nuestro propio mundo: una geografía devastada por un aparente meteorito, tanques carbonizados, autos oxidados, el pastizal y la humedad asfixiantes. Una evidente referencia a la vetustez y la irreversibilidad de la guerra: “en el pasado se pensaba que alguien nos quería conquistar” balbucea la voz meditativa del Profesor. Como si ante las innumerables catástrofes naturales, bombas nucleares (¿predestinación del desastre de Chernóbil?), etc., Andrei Tarkovski nos sugiriera que todo lo que queda por hacer es callar y contemplar las ruinas…
 Sin embargo, el retrato de ese incógnito desastre no desalienta la expedición. Se sabe que la voz popular ha cimentado el mito sobre la existencia de La Zona: un lugar que cumple los deseos al ocasional visitante. Hete aquí la excusa fundacional con la que los tres nómades emprenden su viaje y el guiño esperanzador del director para que lo atravesemos con ellos asumiendo los riesgos. De todos modos, en el periplo de nuestros tres héroes no podemos ver el presagio de una configuración alentadora del mundo, más bien vislumbramos una melancólica filosofía del abandono. La elegía del Profesor, el Stalker y el Escritor no nos orientan a través del porvenir de un relato-catarsis  (tal vez sólo engañosamente), sino que nos pasean por los rastros elusivos de su propia pérdida de mundo. Por eso la ciencia ficción de Tarkovski no imagina futuros posibles, sino que mantiene una triste y profunda ligazón con el pasado. No parece desacertado porque, en este punto, podemos conjeturar a un Andrei Tarkosvki como representante de un cine como arte total, decimonónico, a la búsqueda de un pasado creativo que redima y trabaje las cuestiones del espíritu. Tarkovski como último romántico regala tal vez su más visionaria y lírica mirada desde las ruinas.

Reseña publicada en Revista Godard!